Sería necesario concienciar a los ciudadanos de que es primordial preservar la identidad del campesino, la importancia de su modo de vida para, en lo posible, poder consumir aquello que seamos capaces de producir. Es difícil, lo sé; sobre todo en este proceso de globalización donde las tradiciones y los rasgos locales son continuamente subvertidos por modas y culturas foráneas. Pero aún así no podemos, o no deberíamos, seguir soportando y permitiendo que nuestros pueblos y nuestros campos se estén vaciando, sobre todo de gente joven que ve en las ciudades una salida a sus problemas laborales, educativos, sanitarios, culturales y hasta lúdicos. Se debe enseñar, primero en las familias, pero también en las escuelas, que la cultura campesina no tiene por qué tener ningún rechazo social. Claro está que, para ello, las autoridades competentes deberían poner los medios y llevar a cabo las políticas adecuadas para que las gentes del campo no se sientan defraudadas y devaluadas económica y socialmente.