En las Islas la benevolencia del clima permitió el desarrollo de una agricultura extensiva y diversificada que fue plagando el territorio de bancales, nateros, veredas, muros de piedra, atajeas, eras, molinos, lavaderos, caseríos, etc., construyendo así un paisaje agrícola excepcional, que sostuvo durante casi cinco siglos el sustento de una población agrícola y ganadera tradicional. Pero los procesos económicos actuales, en los que prima la intensificación de la producción y la importación sobre la exportación, no han hecho más que despoblar el medio rural de nuestras islas, conduciendo a estos espacios a un avanzado estado de abandono y deterioro en el que hoy se ven inmersos. Se genera además una desvinculación de la población al mundo rural, entendiéndose éste a veces como "atrasado", en comparación con las urbes o zonas metropolitanas, convirtiéndose en la excusa perfecta de las administraciones para transformarlo y despersonalizarlo con la proliferación de chalets adosados, urbanizaciones de lujo o burdas imitaciones de caseríos tradicionales, en una falsa creación de un paisaje sin identidad.