Era una noche negra, sin luna. El viento, que soplaba a más de 100 kilómetros por hora, levantaba olas de más de 10 metros que, con un estruendo infernal, se estrellaban contra la frágil embarcación de madera que había partido, hacía diez días, de una cala de la costa de Mauritania con 101 refugiados del hambre africanos a bordo. Gracias a un milagro inesperado, la tormenta lanzó la barca a un arrecife de la playa de El Medano, en la isla de Tenerife, del archipiélago de las Canarias. En el fondo de la barca, los guardias civiles españoles encontraron los cadáveres de tres adolescentes y una mujer muertos de hambre y sed.
En la misma noche, algunos kilómetros más allá, en una playa de la isla del Hierro, encalló otra barca destartalada que llevaba a bordo 60 hombres, 17 niños y 7 mujeres, espectros vacilantes al borde de la agonía
En la misma noche, algunos kilómetros más allá, en una playa de la isla del Hierro, encalló otra barca destartalada que llevaba a bordo 60 hombres, 17 niños y 7 mujeres, espectros vacilantes al borde de la agonía